En 1948, Camilo José Cela, premio Nobel de literatura, publicaba su Viaje a la Alcarria, todo un referente de los libres de viajes y un clásico para conocer estas algunos de los rincones más bellos de la provincia de Guadalajara.
Cela empleó diez días para recorrer a pie, en burro, carro y autobús cerca de 300 kilómetros por los pueblos, valles y campos de la comarca alcarreña.
Aquí le proponemos dividir el viaje en dos cómodas etapas que nos permitirán descubrir parameras, campiñas, estrechos valles, cerros pulidos por la erosión y fértiles vegas que conviven con los campos de cultivo y un rico patrimonio histórico y cultural.
Guadalajara es el punto de partida.
Tras cruzar Tarecena y Valdenoches, la llegada a Torija está presidida por la imponente estampa del castillo medieval. En la Torre del Homenaje de la fortaleza abre sus puertas el Museo del Viaje a la Alcarria que alberga objetos personales utilizados por el escritor en su recorrido por tierras alcarreñas, ediciones únicas de la obra, fotografías, mapas y utensilios artesanales de la década de los 40 del pasado siglo.
A 15 kilómetros se levanta Brihuega, que conserva un entramado medieval con mucho encanto. Murallas, puertas, iglesias y casonas se asoman a nuestro paso. No hay que dejar de visitar la Real Fábrica de Paños y sus espléndidos jardines, y las Cuevas Árabes, que ofrecen un laberíntico y mágico recorrido.
El verde y frondoso paisaje nos acompaña al pasar por Cívica -peculiar entramado de ventanales, puertas y arcos- y su cascada de la Cueva de la Mora, Masegoso de Tajuña y Cifuentes, bellísima localidad con un rico abanico monumental. Destaca, esta última población por su castillo del siglo XIV l, sus casas nobiliarias, iglesias, conventos, portadas y ermitas que encierran una intensa y rica historia.
Cruzamos Gárgoles de Arriba y de Abajo para llegar a Trillo, donde unas espectaculares cascadas sirven de encuentro a las aguas del río Cifuentes con el Tajo. Hay que acercarse a sus puentes y a la Casa de los Molinos -la edificación con más solera del pueblo- para entender la simbiosis del caserío con el agua que ha modelado su paisaje y su historia.
Como escribió Cela: «Parece que no, pero, en el campo, sentados al borde de un camino, se ve más claro que en la ciudad eso de que, en el mundo, Dios ordena las cosas con bastante sentido».
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