«Así debieron sentirse los grandes exploradores al descubrir un lugar remoto y escondido», piensa uno al acercarse por primera vez a ciudad de Vascos. Una sensación que permanece incluso en una segunda visita. Y en una tercera. Nunca deja de sorprender.
Visitar Vascos es entrar por un resquicio en la historia de la presencia islámica en la Península Ibérica.
Estamos en las estribaciones occidentales de los Montes de Toledo, casi en Cáceres, 5 km al este de Navalmoralejo, a los pies de las sierras Ancha y Aguda.
El acceso es difícil, primero por caminos, después a través de una pista irregular de tierra. Pero según nos acercamos, el paisaje es bellísimo, salvaje, un auténtico espectáculo en primavera: almendros, encinas, enebros y acebuches pueblan las abruptas formaciones de roca que excava el río Huso.
En mitad de un terreno escarpado, recibimos el primer impacto: unos restos defensivos de unos 3 km que circundan 8 hectáreas de superficie. Extramuros, vemos ruinas de un arrabal y dos cementerios, unas tenerías y unos baños. Dentro de las murallas, todo un entramado urbano con manzanas de viviendas, alcantarillado, zocos, mezquitas, tiendas… Y al fondo, dominándolo todo sobre un promontorio rocoso, colgada sobre el río, la alcazaba.
Ciudad de Vascos es el paradigma de lo que era una medina –o ciudad– de al-Ándalus entre los siglos IX y XII, cuando estuvo habitada.
Casi todo lo demás alrededor de su historia es un misterio. Por qué en este lugar, cuándo se fundó, cuándo se despuebla y por qué, incluso el origen de su nombre actual o el que tuvo en aquellos siglos… casi todo, se suele responder mediante diversas teorías.
Se sabe que en esta zona había un territorio denominado Basak (Vascos) y que en él existía una ciudad llamada Nafza, en la que se asentaron los miembros de la tribu bereber del mismo nombre. Se piensa que aquella ciudad es la actual ciudad abandonada y que, tras despoblarse, el nombre originario de la ciudad se olvidó, pero no así el de su territorio, al que terminó quedando vinculada.
Los nafza se sublevaron contra Abderramán III –primer califa omeya de Córdoba– que envió tropas en 932 para sofocar la rebelión. Tal vez en ese momento se fundó Vascos, con el fin de apaciguar a los nafza y fortalecer además la frontera con los reinos cristianos.
Sin embargo, el califato pronto se fragmentó en taifas. Y muy poco después, en 1085, Alfonso VI de Castilla conquista Toledo y las tropas castellanas ocupan Vascos. Entonces, las taifas de Sevilla y Badajoz piden ayuda a los almorávides del norte de África, que vencen al rey castellano en la batalla de Sagrajas (1086), de modo que el valle del Tajo, la zona de la Jara y Talavera, vuelven a convertirse en tierra de frontera, despoblada. Los habitantes de Vascos la abandonaron y la ciudad fue cayendo en el olvido.
Uno de los aspectos más importantes del yacimiento es la buena conservación de las murallas y la alcazaba, que forman un conjunto defensivo de gran relevancia. Traspasadas sus puertas, paseamos por las calles en las que una vez hubo zocos, mezquitas, tiendas… nos aproximamos así a la vida cotidiana, privada y pública, de las gentes, alfareros, herreros, curtidores, soldados... que habitaron la ciudad. Cabe destacar el complejo sistema hidráulico que encauzaba los manantiales de las sierras vecinas a través de arroyos para alimentar un embalse y un amplio abrevadero próximo al poblado. Vemos, de hecho, los restos de un baño público que aprovechaba estas aguas y un avanzado sistema de alcantarillado.
El centro de interpretación de la "Ciudad de Vascos" está en Navalmoralejo.
Destacado
Se puede visitar los sábados por la mañana, del 16 de mayo al 31 de enero.
Permanece cerrado el resto del tiempo.
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