Las extensas parameras situadas al norte de la ciudad de Guadalajara, interrumpidas por valles fluviales de gran riqueza natural ofrecen al viajero rutas alejadas de aglomeraciones y rincones difíciles de olvidar.
Desde Guadalajara hay que tomar la autovía A-2 para llegar a Trijueque, pequeña población con un tranquilo caserío popular, los restos de un torreón medieval defensivo que formaba parte de la muralla y, junto a la carretera, una ermita del siglo XVII. La parada es obligada para acercarnos al Mirador, desde donde en días despejados podremos ver las sierras del Sistema Central y algunas de sus cumbres más representativas como el altivo y solitario pico Ocejón, el pico del Lobo -el más alto de la provincia de Guadalajara con sus 2.274 metros- y, a su derecha, el Alto Rey. Ante nuestros ojos se abre una vasta extensión de lomas, conocida como "la campiña", los valles del río Badiel y del Henares, y cerros aislados como en los que se asientan las localidades de Hita y el alargado de la Alarilla.
Hay que volver sobre nuestros pasos y en dirección a Hita, a la altura de Torre del Burgo, en la vega del río Badiel, detenernos en el Monasterio de Sopetrán de origen visigodo. Habitado por monjes benedictinos, llegó a ser el centro religioso y cultural de estas tierras. Conserva restos de origen medieval y las arquerías del claustro son de estilo herreriano.
Nuestra próxima y cercana parada es Hita. La población se levanta a los pies de un cerro de perfectas formas cónicas. A lo largo de la dominación romana, Hita fue un privilegiado puesto de vigilancia, y durante la Reconquista, zona de tránsito entre las dos Españas: la cristiana y la musulmana. Vivió su etapa de esplendor en la Edad Media, como punto de convivencia entre cristianos, judíos y musulmanes, de la mano del señor de la villa, el Marqués de Santillana, don Íñigo López de Mendoza, que mandó levantar la muralla de la que se conservan algunos tramos.
Nos disponemos a conocer su casco antiguo, de trazado medieval, y lo hacemos a los pies de las murallas donde se encuentra el Palenque, escenario cada mes de julio del Festival Medieval, cuyo intenso y atractivo programa nos hace retroceder en el tiempo con la recreación de torneos y juntas que congregan a miles de visitantes. Los caballeros practican los antiguos entrenamientos para la batalla lanzando venablos, atacando al estafermo o cogiendo anillas con sus lanzas. Después llegan los combates a pie y a caballo, con lanzas y espadas.
El teatro es parte fundamental del Festival. En este caso el escenario elegido es la plaza, donde se representan obras medievales escritas por Manuel Criado de Val, destacando las representaciones dedicadas al Libro de Buen Amor del Arcipreste, donde cobran vida doña Endrina, don Melón y la vieja Trotaconventos. También los personajes enmascarados y los desfiles carnavalescos son protagonistas de esta fiesta. Los “botargas” de origen pagano recorren las calles con sus cencerros y cachiporras. Acompañan en el Alarde a las cofradías de don Carnal y doña Cuaresma para después representar un singular combate. Un mercado artesano, la gastronomía tradicional y las actuaciones de músicos y juglares consiguen crear un ambiente mágico y misterioso.
El paseo por la población continúa cruzando la monumental Puerta de Santa María que nos lleva a la plaza del Arcipreste de Hita, centro neurálgico del municipio. El callejeo nos permite visitar las ruinas de la iglesia de San Pedro, que hasta la Guerra Civil fue heredera de la de Santa María como iglesia principal; la iglesia de San Juan Bautista, muestra del gótico mudéjar, y en la que destacan la pila bautismal labrada en su basa, el bajo coro y las pinturas del Descendimiento de la Cruz del siglo XVII.
Hay que visitar también las cuevas típicas utilizadas como bodegas desde la edad Media. Estas bodegas trazan bajo el casco histórico una ciudad oculta para almacenar los caldos en antiguas tinajas. En la falda del cerro la tierra vuelve a horadarse en casas cuevas, los bodegos, que conllevan parte de la peculiaridad de la villa.
Para rematar la visita podemos subir –si las fuerzas acompañan- a las ruinas del castillo, restos de lo que fue una fortaleza de aspecto imponente, sobre todo por su ubicación. Desde lo alto del cerro se tienen unas impresionantes vistas del entorno.
Una última etapa nos espera hacia el norte, en la pequeña localidad de Beleña de Sorbe, donde se encuentra la bella iglesia románica porticada de San Miguel, elegante y con influencias cistercienses, presenta todo un abanico iconográfico digno de detenida observación.
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