Ya dijo Azorín, y es habitual coletilla en cualquier guía o crónica que se precie sobre la ciudad, que Albacete es «la Nueva York de La Mancha». Y no le faltaba razón al escritor. La ciudad más poblada de Castilla-La Mancha es bulliciosa, comercial, atractiva en su programación cultural y de ocio; sorprende al viajero por su arquitectura; y sus jardines, parques y espacios públicos invitan al paseo más tranquilo y relajado.
Es imprescindible acercarse a la Plaza Mayor o la del Altozano, dejarse cautivar por sus edificios modernistas, por la Posada del Rosario –sede de la Oficina de Turismo-, el emblemático Pasaje de Lodares, el Palacio de la Diputación Provincial, el peculiar Teatro Circo, la Catedral de San Juan Bautista, el Depósito del Sol –hoy Biblioteca Municipal–, el Recinto Ferial -conocido también como la Sartén o los Redondeles- que acoge a miles de personas durante las fiestas de la ciudad que se celebran del 7 al 17 de septiembre, la Casa del Hortelano –que alberga el Museo de la Cuchillería– o el Museo Municipal –en cuyo interior encontramos el Museo Internacional de Arte Popular del Mundo con más de 10.000 piezas de todos los rincones del planeta.
Para el relax lo mejor es acercarse a alguno de sus parques, no obstante Albacete es una de las ciudades con más zonas verdes de toda España. No defraudarán el Parque de Abelardo Sánchez, el de los Jardinillos –con árboles centenarios–, el Parque Lineal, el Jardín Botánico o el de la Fiesta del Árbol, con su imponente Depósito de Agua que casi ejerce de vigía de la ciudad.
Dos aspectos que destacan en Albacete son su variada y rica agenda cultural, con la Filmoteca, la Casa de la Cultura José Saramago, el Teatro de la Paz, Ea! Teatro y el Teatro Circo como referentes culturales y escénicos, y la actividad comercial que inunda sus bulevares en los que no faltan establecimientos con productos artesanos y gastronómicos típicos de la Mancha. Las calles Ancha, Mayor y Concepción ofrecen un triángulo comercial animado, al igual que el Bulevar de Isabel la Católica.
Todo lo anterior se complementa de forma magnífica con la oferta gastronómica de la ciudad. Tapear es toda una «religión», y los alrededores de la Catedral y la plaza del Altozano ofrecen muy buenas opciones para disfrutar de tapas, pinchos y raciones. Tampoco defraudan unos fogones en los que tradición manchega y modernidad se dan la mano y hacen las delicias de los paladares más exigentes. Y si lo que nos inspira es la noche, el ocio nocturno albaceteño es apuesta segura.
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