Seguimos los pueblos de la serranía baja de Cuenca hasta la fascinante villa de Moya (Cuenca), una enorme ciudad medieval en ruinas declarada Conjunto Histórico-Artístico que ocupa 140.000 m2 en un lugar estratégico privilegiado; se eleva sobre un cerro, a 1.155 m. de altitud, y domina un amplio territorio de las provincias de Cuenca, Teruel y Valencia.
Desde su cima puede observarse un panorama espléndido en dirección a los cuatro puntos cardinales –desde los Montes de Santerón (norte) hasta el Pico de Ranera (sur), y desde el macizo de Javalambre (este), hasta la Serranía de Cuenca (oeste)- incluidos los distintos núcleos urbanos de su jurisdicción –«Santo Domingo de Moya» (norte), «Los Huertos» (sur), «Pedro Izquierdo» y «El Arrabal» (este)-.
Debido a su privilegiada localización ha sido objeto de disputas a lo largo de los tiempos y es llamada por algunos historiadores “Moya, llave de Reinos” (Castilla, Aragón y Valencia). En su época de esplendor fue cabeza del Marquesado de Moya, que comprendía 36 pueblos de la provincia de Cuenca y llegaron a vivir en ella 1.200 habitantes. Prueba de ello son sus murallas y puertas, su castillo con la torre del homenaje, sus siete iglesias (una de ellas, todavía permanece en pie y celebra culto ), sus dos conventos, su hospital, ayuntamiento, plaza mayor y un largo etcétera que preferimos descubra el viajero que se acerque por estas Tierras de Moya.
Las prospecciones arqueológicas realizadas en el cerro de Moya muestran que los restos más antiguos hallados entorno al castillo corresponden a la Edad del Bronce y la Edad del Hierro, habiendo servido como castro celtíbero, pero su aparición en la historia no comienza hasta la conquista del territorio del pre-Rincón de Ademuz (Ademuz, Castielfabib), El Cuervo (Teruel), Serreilla...) a principios del siglo XIII (1212), por Pedro II de Aragón, sin que haya constancia de que el lugar fuera ocupado previamente a la conquista cristiana.
El rey de Castilla Alfonso VIII «el de la Navas» pobló Moya y le confirió fuero, y en la segunda década del siglo XIII (1215), Enrique I de Castilla (1214-1217) entregó la zona a la Orden de Santiago, su primer señor fue el maestre de Calatrava, don Juan González, dando así comienzo la época del Señorío. Pero fue Fernando III de Castilla «el Santo» (1217-1252) quien consolidó el asentamiento, ratificando fueros y otorgando nuevos privilegios a sus pobladores, constituyendo una zona de frontera en la linde de Castilla con los reinos vecinos, Aragón y Valencia.
El esplendor de Moya tuvo lugar durante el siglo XVI, construyéndose nuevos inmuebles y templos, además de reforzarse otros como la muralla y el castillo, y se prolongó hasta el siglo XVII, entrando en decadencia en el siglo XVIII. Al comienzo del siglo XIX, durante la Guerra de la Independencia Española, Moya hizo proclama contra Napoleón (1808), y resistió a los franceses, aunque eso le supuso nuevos saqueos y destrucción. Puesta en las guerras carlistas del lado de Isabel II de España, sufrió los ataques del general Cabrera y su destrucción en 1835. Tras las desamortizaciones eclesiásticas, sus moradores se dispersaron por los distintos núcleos urbanos y sus muros y fortaleza comenzaron a desmoronarse. Su agonía se prolongó hasta mediados del siglo XX, en que la ciudad fue abandonada definitivamente, lo que favoreció el expolio de sus edificios -públicos y privados, religiosos y civiles-, castillo incluido, perdiéndose gran parte de su patrimonio arquitectónico.
Para una mejor comprensión de la estructura perimetral amurallada de las ruinas de Moya y la distribución de sus principales edificios cabe imaginar un polígono irregular alargado, en orientación noroeste-sureste, circundado por 5 recintos amurallados cuya fábrica responde a distintos periodos históricos -desde el siglo XII hasta el siglo XV.
En los distintos recintos amurallados de las ruinas de Moya se abren ocho puertas, construidas en distintos momentos históricos.
En el conjunto urbano de las ruinas de Moya destacan distintos edificios civiles y militares: ayuntamiento, castillo y coracha, cuatro iglesias, dos hospitales…
Otra curiosidad está asociada a esta ciudad: cada siete años (la última fue en 2018), del 16 al 26 de septiembre, se celebra Septenario de la Virgen de Tejeda de Moya. El mayor valor de esta romería no es los siete años que median entre cada celebración, ni siquiera los dieciséis kilómetros de su recorrido a través de tres poblaciones: Garaballa, Landete y Mora. Lo verdaderamente impresionante son sus ocho danzantes. Ataviados con enaguas, camisa blanca y cintas de azul y rojo, realizan una danza tradicional con palos y otra con castañuelas, que no cesa en todo el recorrido. También espectacular es el vestido serrano de las veintiuna damas que acompañan a la virgen, procedente de los siete pueblos que participan en la romería.
La Virgen de Tejeda descansa el resto del tiempo en el municipio de Garaballa, en el Santuario de Nuestra Señora de la Tejeda, que bien merece una visita. El complejo consta de edificio conventual y dos claustros entre los cuales se ubica la iglesia.
Landete, junto al río Ojos de Moya, perteneció a la aldea de Moya. Destaca la iglesia barroca de la Asunción, en lo alto del pueblo, que tuvo que ser reedificada en el siglo XVIII. Y en su conjunto urbano encontramos arquitectura típica de la zona. Hay que visitar el barrio del Castillo y sus casas de típica construcción serrana, con voladizos de madera y balcones modernistas. Todas ellas crean un paisaje popular y de gran belleza que asoma al río. De bajada nos encontramos con la Fuente Podrida, llamada así por sus aguas sulfurosas y con propiedades curativas según la tradición.
En Henarejos merece la pena destacar su iglesia y su castillo. La iglesia Parroquial de la Asunción es un edificio de mampostería con esquinas de sillería. En el muro de poniente tiene adosada una torre esbelta y cuadrada. El castillo de Santa Ana se alza en el cerro que domina el pueblo y aún conserva algunos restos de la muralla y un lienzo del torreón.
Entre pinares y magníficos paisajes de areniscas del rodeno está la cueva del Tío Modesto, una etapa del viaje por las cuevas de Cuenca.
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